Cuando todo parece ser de color negro o gris, resulta refrescante recibir pequeños detalles que nos hacen volver a ver en colores.
Nos devuelven un poquito de alegría ( iba a poner esperanza, pero no me gusta esa palabra).
Son pequeñas cosas...casi sin importancia, pero que si nos tomamos tiempo y un poco de interés y le damos sentido cobran una dimension y un valor que perduraran por tiempo en nuestra vida.
Y es eso precisamente lo que me pasó, y quiero contarlo antes de que se desvanezca en la memoria y se pierda entre otras pequeñas cosas que quiero recoger estos dias.
Paseaba con una amiga; íbamos a ver a otra que tenía que hacerse una pequeña operación, y como no nos iban a dejar entrar en el hospital por eso del coronavirus, habíamos quedado en encontrarnos en la puerta a la espera de que saliera. La idea era tomarnos un café, pero claro...todos los bares estaban cerrados, asi que nos vimos en la calle y sin poder siquiera sentarnos.
Pero encontramos cerca una panadería de esas que hacen degustación y fuimos para allá. Pedimos dos cafés con leche para llevar.
-¿Algo más?...algun cruasant o pasta?- nos preguntó la dependienta muy amable.
-No, gracias, nada más-
Pagué y al devolverme el cambio, me dió en una bolsa de papel dos crosant pequeñitos, de regalo, porque así lo quiso, sin pedirlo.
Le di las gracias, por supuesto.
Y eso que es del todo anecdótico y sin ningun interés, a mí me llegó. Y a mi amiga tambien.
La dependienta no tenía porqué hacerlo...pero lo hizo, y con ese detalle hizo que el día fuera más alegre, más amable, más especial.
Y son esas pequeñas cosas, a las que apenas damos valor las que realmente hacen la gran diferencia entre un día y otro.
Esos detalles que no tienen ningun valor económico son los que pretendo hacer casa día.
Hacer de cada día un dia especial para alguien.
Es tan fácil y es tan necesario...
Ahí va un gran beso a la dependienta...¡¡
No hay comentarios:
Publicar un comentario